A sus pies los últimos amigos, su madre y los soldados romanos. Sonó un trueno y la tierra entera tembló.
—Padre, perdónalos…
Era el momento esperado, todos pendientes de su persona.
—Perdónalos…
Libre de las ligaduras, soltó los brazos y descendió por su propio pie. Abandonó el escenario de la crucifixión. No estaba dispuesto a perdonar. No otra vez…
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Fotografía: somosvicencianos.org