Masa crítica


«Debemos ir hacia allí, no hacia allá…». Las voces se alzan airadas, se superponen como una sola conciencia. Hay un clamor en la masa que repite, como una burbuja insidiosa, una palabra difusa que debería explicarlo todo y no soluciona nada: redes.
¿Formamos parte de una urdimbre? ¿Hasta qué punto sepulta nuestra individualidad? Los más despiertos profetizan, no obstante, la libertad con que la red nos liberará de la comodidad del pensamiento único.

Tanto darle vueltas a la cabeza sin sacar nada en claro y no ha sido hasta que me he topado con la red que no he descubierto la verdad: el agua chorrea y somos izados como un solo banco agónico a la cubierta del pesquero.
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Bienvenidos de nuevo a la Generación Subway



Auspiciado por la editorial Playa de Ákaba, ya está disponible una nueva antología de la Generación Subway (Narrativa y Poesía en dos volúmenes independientes) que este año cuenta con un número mayor de autores y, por lo tanto, muchas más obras.

Lo tenéis disponible en papel en la propia página de Playa de Ákaba en edición francesa y, sobre todo, limitada, por lo que os recomiendo que lo pidáis antes de que se agote. Más adelante, estará disponible para su descarga en libro digital.

Participo en el volumen de narrativa breve con un relato que lleva el título de "El extraño viaje de Nemesio Abreu". Espero que os guste.




Relatos y poesías con la metáfora del metro, de lo subterráneo, autores comprometidos con lo digital y las redes, la deshumanización, la soledad y el aislamiento del individuo. La crisis, el autismo internáutico, la soledad, la muerte, la memoria, el alma vacía, el viaje y las ausencias serán temas recurrentes en todo su trabajo

La Generación Subway está impulsada por los escritores David Yeste, Rosario Curiel, Anamaría Trillo y Noemí Trujillo y este año contará con una presencia activa en Getafe Negro.

Bienvenidos al mundo oscuro de la Generación Subway.



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Lo que somos

Antes que con sus propios pies, Héctor recorre con la mirada la escalera que le separa de su destino después de trepar seis alturas en círculo. Corre el riesgo de caer agotado en algún descansillo, lejos de sus seres queridos. El calzado, sudoroso tras otro largo día de trabajo, es una losa aferrada a sus tobillos. Damián le dice a diario que deje de jugársela, que cualquier día le va a pasar algo, que no merece la pena, pero no hay sacrificio que no haría por Sofía, que se desvive en un trabajo a media jornada y se las apaña para cuidar de Junior. ¿Cómo podría él acomodarse a un cómodo horario sin horas extras ni pluses de riesgo, mientras ella se deja la vida por todos? Héctor es un hombre de honor, cumplirá su deber para con los suyos.

Una eternidad más tarde, se descalza en el felpudo y se cuela a oscuras, como siempre, para no despertarlos. Un vaso de leche apenas templada en el microondas antes de que suene la campanilla y a la cama sin pijama, que nunca lo encuentra a tientas.

Sofía duerme en paz con el rostro vuelto hacia el lado donde se acuesta Héctor, como si anhelara un beso. Ese sosiego que confirma en Héctor la certeza de que hace lo correcto. En cuanto apoya la cabeza en la almohada, exhausto, inicia un sereno ronquido de abandono sin notar que su esposa lo contempla a través de una rendija inadvertida de sus párpados, como hace todas las noches desde hace meses. Su Héctor, que jamás discute una orden y que apechuga siempre con lo peor. Lo ama demasiado para reprocharle sus ausencias a la salida del cole o que no pueda ayudarla con los deberes de Junior; para echarle en cara que haga sola la compra de la semana; que no haya abrazos en sus brazos para ella; que la pasión se haya diluido en el lento discurrir del agotamiento rutinario. Ojalá pudiera ella mostrar la misma abnegación sin queja, su capacidad de sacrificio silencioso. No le llega a la suela de los zapatos, en comparación, aunque es un pensamiento que se guarda para sí misma.

Junior de mayor quiere llamarse como su padre. Se ha despertado al escuchar el tropezón sigiloso de Héctor al entrar en su cuarto y trastabillar con uno de los cochecitos que, una vez más, no ha tenido tiempo de terminar de recoger. Se hace el dormido y deja que papá se vaya a dormir, aunque lo que le gustaría es contarle lo que ha hecho en el día y, sobre todo, a lo que ha jugado por la tarde después de los deberes. Era una persecución superchula, en la que los malos huían a toda caña, doce coches por lo menos, y al final a todos los atrapaba un solitario coche patrulla, el más rutilante de la colección, ese a cuyo volante se aferra, a diario, Héctor Hernandez Siguenza, su padre, que protagoniza todas las hazañas sobre el asfalto de su moqueta de rayas.

coches de juguete
Fuente: cochesguapos.com




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