UN BUEN PARTIDO


La fiesta había sido un sueño. Su entrada en el Gran Salón de palacio, el rubor del Chambelán al no saber a quién anunciar, la mirada del Príncipe prendida de ella, el espectacular vestido… Por no hablar del peinado. Divina locura.

Casi tan dulce como acaparar los bailes del Príncipe eran las caras de la madrastra y sus hijas cada vez que coincidían los pasos de baile con las miradas en ese sector del público. Porque eso eran las tres: espectadoras de su noche. Ni que viviera seis veces seis vidas podría agradecer su generosidad a la mujer que había allanado el camino hasta llegar a este momento, después de una mísera vida de orfandad. ¿Por qué tuvo que irse padre tan pronto? La ciega obediencia, la sumisión, el buen comportamiento. De nada servía lamentarse. Aquella era su noche y, si todo salía según lo había previsto su madrina, sus desvelos terminarían por fin. Boda real. La compensación por una vida de vejaciones en lo que era y debería haber sido su hogar. La frustración de su madrastra y especialmente la de esas hijas suyas que tan imposible le habían hecho la vida.
Salió a la terraza para buscar un poco de aire y rebajar el rubor de sus mejillas. El Príncipe aparecería enseguida para contemplar las estrellas con sus manos enlazadas. Puede que incluso intentase darle un beso y ella se resistiera solo lo justo. De ahí al anillo sería cuestión de días.
El calor se disipó con el frescor de la noche y ella seguía en la terraza. Sola. El Príncipe no acudía al envite y ella no lo entendía. ¿Le habían mentido sus ojos? La música cesó de forma abrupta en el Gran Salón y no le quedó más remedio que regresar. Cuando entró nadie se fijó en ella. Todas las miradas estaban posadas en el estrado donde el Rey y su vástago miraban a los invitados. El silencio no tardó en adueñarse de la estancia. El monarca carraspeó y, tras echar una mirada ceñuda a su hijo, hizo un anuncio oficial: el del compromiso del Príncipe con… ¡Su hermanastra! La mirada de triunfo de su madre lo decía todo.
Su recién elevado mundo se desplomó con un estruendo que solo escuchaba ella. Salió de palacio de forma tan estrepitosa que dejó abandonado en el camino uno de sus zapatos cristalinos. No le importó que a las doce tuviera que devolver todo el ajuar al establecimiento donde su Madrina había encargado el atrezzo de alquiler. Ella abonaría la fianza por extravío de calzado.
Su mirada estaba enturbiada por las lágrimas al salir a la avenida donde se suponía que debía esperarle la limusina. Había abandonado la fiesta dos horas antes de lo previsto. Nadie aguardaba. Su despecho la empujó a correr hasta que, exhausta, se dejó caer en el asiento de una marquesina. Seguía llorando hasta que otro estruendo menos personal la sacó por un momento del pozo de las penas. A su lado se detuvo una moto enorme, de esas con el manillar inclinado hacia abajo y el asiento reclinado en un ángulo insólito para mayor comodidad de su jinete.
—¿Te llevo a algún sitio, nena?
Cenicienta parpadeó. Una mujer exuberante de tupida cabellera, cuyos ojos negros invitaban a probar toda clase de curvas. Nada le esperaba en casa sino escarnio y mofa. Sin dudarlo, pasó con descaro una pierna por encima de la enorme montura y se sentó bien apretada a la piloto. Era hora de dejar de ser una chica buena.

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ACORRALADO

Las fobias se mueven en el contorno difuso de su visión periférica, aguardan el momento de aferrarse a los restos de su cordura, de hundir los zarcillos en lo más profundo de su cerebro para alimentarse de angustias y horrores. Una pesadilla en vida.
No ve la superficie de Marte desde esa trinchera negra de frío intenso. No necesita las lecturas; la atmósfera es apenas respirable. Lo sabían todos cuando firmaron.
Boquea en busca de aliento. Es el último miembro de incontables generaciones de soldados. Ramb hace lo que cualquiera de ellos hubiera afrontado en las mismas circunstancias: descorre el cerrojo del arma para alojar los cartuchos.

Venderá cara su piel ante las amazonas guerreras de la luna Fobos.

Microcuento para Gigantes de Liliput. Tema: Fobias.
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PASEO MARÍTIMO


El sol  resplandece en el agua y me obliga a llevar los ojos casi cerrados. Mi paso es firme, mis pies no resbalan a pesar de la humedad; cánticos y chanzas acompañan mi barbilla arrogante. Es el Caribe, sé que sus aguas me abrazarán cálidas, que no debería temer la zambullida. Abandonarme, mecerme entre sus ondas… ¿Por qué no?

Lo que es válido para un caballero criollo en la Habana, caminar altivo de calzado caro, también ha de serlo para su último paseo por la tabla de un galeón pirata…

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SECUESTRO

Lo envié certificado, desde una dirección falsa. Ese ricachón fue tan bastardo como para no pagar el rescate de su hija. Total…, le quedaban nueve dedos y el meñique no es útil para nada.
El dedo, con el mensaje, viajó en una caja con todos los sellos. Solo faltaba cobrar.

Bum, bum. Bum, bum.

 Por todos los demonios…, ¿quién llama a la puerta en esta cabaña perdida en el bosque?
¡Bum, bum. Bum, bum!
—Paquete certificado, oficina de Correos.
¿Será un cartero o un agente del FBI?
—Firme aquí.
Quito el precinto —bum, bum— y abro la caja despacio. El meñique me señala, me acusa. Bum, bum…

Ha regresado a por mí.

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POR VENIR

Al descorrer las cortinas, la luz espanta las sombras.
—Buenos días, dormilón.
Sabe Dios de dónde saca la madre el ánimo que insufla a su voz. El chico parpadea desde la almohada, irritado.
—Mamá, estaba soñando…

—¿Corrías por el campo entre flores? —pregunta la mujer, porque es su sueño favorito.
—No, mamá. Había una máquina prodigiosa, como la del libro, llena de brazos, cables y luces. Curaba los daños en mi médula…
La madre se cubre la boca para ahogar el gemido. Cuando recupera la calma, se inclina, despeja un mechón de pelo de la frente y lo besa.
—Claro, hijo. ¿Por qué no? —murmura convencida—.Algunos sueños de Julio Verne se hicieron realidad.




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