TRÍO


La criatura se esconde en la oscuridad y aguarda. No tiene energía para otro viaje y el sonido de la televisión le da mala espina. Contempla a la mujer que rebulle, adormilada y sola. Por fin llega él. Se duerme al otro lado de la cama. Desesperado, el ser se introduce entre las sábanas y muerde el trasero del hombre, que se gira inquieto y queda pegado a su esposa. Hay un momento tenso, ella siente un despertar contra su muslo. ¿Queda esperanza para ellos? Al principio, se acometen con torpeza. El segundo vaivén es ávido. Se beben hasta las sobras, la sed viene de lejos.

Saciado, el diablillo suspira satisfecho. Con la energía absorbida puede regresar y encontrar un súcubo al que perseguir.

Ilustración: Milo Manara.
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LA VIDA EN DOS PASTILLAS


Es mi mundo. Tronar de cilindros, tangas y minifaldas, pupilas dilatadas que destellan cristales. Es noche de polígono, de alcohol y sexo apresurado que calienta motores para las carreras ilegales.
Soy Mercurio, dios del asfalto. Vanessa me pone a mil y necesito echarlo todo en la pista. Neón que anuncia adrenalina en la línea de salida. Cae el pañuelo y chirría la goma, deslumbran chispas mis tubos de escape.

Pan comido, primera trazada en cabeza. Odín no podrá pasarme, lo sabe. Me permito el lujo de exhibir un derrape enloquecido. Parpadeo al encarar la recta. Ojos brillantes, última visión de un camión de frente en mi carril mientras me fundo con el amasijo de metal de mi coche tuneado.

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POSESIÓN

Don Patricio Sierra, conectado a una telaraña de cables, se aferra posesivo a cada inspiración. Ni la clínica más innovadora, ni los mejores cuidados, pueden espantar esas sombras de dientes renegridos y aliento fétido, que lo acechan desde los rincones de la habitación: EREs fraudulentos,  sobornos, desahucios… Pero él planta cara incluso a la intensa claridad que, de repente,  hace retroceder los hilos de niebla cuando se abre la puerta. Desde el dintel, un niño sentado en una silla de ruedas le mira con… ¿ternura?
—Déjame en paz, chaval. ¡Lárgate!

Se va el pequeño y se lleva la luz. Las sombras se alargan sobre su cuerpo moribundo, mientras Don Patricio exhala limosnas de oxígeno. «Estas sombras son mías…, solo mías».
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NÚMEROS ROJOS


Tac tac. Debí tirarlo a la basura. Tac tac. Ni siquiera tic tac. Todos los relojes hacen tic tac, o tic tic. Me gustan esos que no hacen nada. Digitales, sí. Quiero uno digital. Con números rojos enormes. Lo veo cuando abro los ojos, no enciendo la luz para verlo. Tac tac. Qué fastidio. Lo único que me queda de ella. No dejó nada detrás más que este puto reloj. Despertador con campanas que me asusta cuando es la hora. Timbre. Tac tac. Lo toco todo. Pijama pegajoso y almohada pegajosa, húmeda, cómo le digo que no, si no tengo otra cosa. Tac tac y lo toco todo. Legañas en los ojos, si no duermo… legañas. Tac tac. Más horas. Más trabajo. Horas,
tac tac necesito para descansar y no pensar en ella, la echo de menos. Con ella habría dicho NO. ¿No? Tac tac. Es un bastardo el jefe como este reloj. Digital, números rojos. Me encanta. Necesito uno con los números rojos brillantes como los de mi cuenta que no sé cómo voy a pagar el alquiler si el muy cabrón no me ingresa la nómina pero ya. Compraría un reloj de enormes números rojos si tuviera dinero en el banco, sí, pero no lo hay. Se me pegan los pies. Tac tac. Se tocan y se pegan. Sudan. Fríos. Mi manos frías lo tocan todo, debajo de la almohada, debajo del pijama. Tac tac. Más horas, menos sueño. Le digo que no y punto. Que le den. Números rojos si me despide. Lo sabe. Lo sé, lo saben todos y me toco la costra de la última cicatriz con la mano fría. Tac tac. Luz, son las tres, no son números rojos. Oscuridad le digo que sí, que haré esas horas sin cobrar, que no me eche. Números rojos, reloj nuevo, estrello este cacharro que no tiene números rojos brillantes, que no me habla de ella. Mañana barro los pedazos. Bum bum. Es mi corazón que suena y no me deja dormir. Bum bum…


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