Ayer me hicieron entrega del libro que ha publicado el Taller de Escritura Alfa de Bilbao con los relatos escritos por sus alumnos. Estoy particularmente orgulloso del mío, titulado "Pintar la Niebla", al que he dedicado un montón de horas de trabajo.
Aquí podéis ver la portada y la página donde empieza.
Y para que podáis disfrutarlo, el relato completo:
PINTAR LA NIEBLA
Siempre le había obsesionado la niebla.
Esa bruma eterna que caía por las mañanas y ahogaba Ciluengos, su amado pueblo.
Desde niño se quedaba observándola durante horas, estudiándola para descubrir
sus cualidades. Necesitaba plasmarla en una pintura; tenía la convicción de que
si lo lograba, la luz retornaría, expulsando las sombras. Así, dedicó toda su
vida a un vano intento de captar su esencia. Probó infinidad de texturas y
técnicas sin resultado; sus nieblas eran mero artificio. Se le escapaban entre
los dedos. Con el transcurso de la vida, su estudio se había transformado en su mausoleo; las horas
convertidas en días, perdida la noción de todo. A sus pies languidecían junto
al hogar cientos de borradores rasgados en arrebatos de rabia. Su mano
se paraba una y otra vez frente al lienzo; trazos suaves, vaporosos. Después y con
furia, puñaladas con el pincel, y volvía a lanzar los bocetos a las frías losas
del suelo haciendo añicos los marcos de madera. Pero estaba decidido, costara
lo que costase liberaría a Ciluengos del espectral asedio al que estaba
sometido.
Por fin, una mañana algo le llamó la
atención. El pueblo estaba rodeado de la neblina habitual aunque había algo
diferente en ella: un matiz negruzco y sinuoso que parecía concentrarse en el
bosquecillo sobre el otero que lo dominaba. Decidió salir y enfrentarse a ella
de una vez por todas. La bruma flotaba desafiante por la calle desierta y
removía sus jirones en dirección a los pastos. Le pareció un buen presagio y se
internó en ella sin miedo, pues tiraba de él con un hilo sutil. Siguió el
camino ascendente mientras se dejaba seducir por sus encantos; al llegar a la
cima, se aproximó a los árboles que la coronaban. Tentáculos de vapor se
agitaban entre la madera de los fresnos y unos avellanos ocultaban los aromas
del amanecer. Aquellos zarcillos le llamaban y le atraían. En el interior de un
espacio angosto, bajo una cúpula de ramas, se agitaba una presencia sin forma
definida camuflada en la oscuridad. Fue presa de un escalofrío al escuchar unas
palabras monótonas y sin oscilaciones:
—¿Te has perdido? ¿Estás buscando
algo acaso?
—Busco la esencia de esta niebla, quiero
desentrañar su secreto. He de hacerlo mío para pintarlo. —Se irguió desafiante,
mostrando un coraje del que carecía.
—Lo que buscas no se puede acariciar.
Te envuelve, danza a tu alrededor, pero se te escapa entre los dedos. Vas en
pos del secreto de la existencia. Y yo te pregunto: ¿Hasta dónde serías capaz
de llegar para lograrlo? —la voz se había hecho más grave y profunda.
El mundo se empequeñeció tanto que
el pecho del pintor no podía expandirse para darle el aire que necesitaba. Una
parte de su cerebro le pedía a gritos que huyera, un miedo profundo atenazaba
cada fibra de su ser. Sin embargo, se sobrepuso, tal era su afán de conocimiento.
Tragando saliva dolorosamente, pronunció su voto.
—Haría lo que fuera.
—Vuelve a tu hogar entonces y
trabaja en tu pintura. Lograrás tu objetivo.
La sombra regresó a la niebla y el
pintor, a su casa en cuanto el pánico le permitió moverse y alejarse de aquellos
ojos grabados a fuego en su memoria. Nada más llegar, se encerró en su estudio
sintiendo que la premura le torturaba.
Trabajó con ahínco, poniendo el alma
en cada trazo, olvidándose del mundo. Cuando se dio por satisfecho, se derrumbó
extenuado sobre aquel sofá que le servía de descanso entre pinceladas y
contempló su obra. Todo estaba ahí: la colina envuelta en una niebla pasmosa;
las sombras jugando al claroscuro con la bruma; la oscuridad de la fronda
destilando humedad y, en su interior, dos ojos diminutos de un rojo inquietante.
Tres días después, en una mañana radiante como no se
recordaba en Ciluengos, lo encontraron muerto junto al caballete donde solía
trabajar. Toda la oscuridad parecía estar contenida en ese lienzo, un bosque
sumergido en una turbadora negrura. La niebla en las calles se había disipado
por completo.