Baker Street

Me voy un par de semanas de vacaciones pero sé que la rama no se quedará vacía. Os echaré de menos.


BAKER STREET


Es el anochecer de una relación agotada por la prepotencia. Se ha puesto el sol para mi existencia sin autonomía, a la sombra del más alto ciprés. Incluso al halagar mis logros —sí, también los he tenido— emanaba cierto tufillo a suficiencia. Pero ya no volveré a soportarlo; rebelde, he dado fin a su vida. Figura de junco desmadejada a mis pies, junto a sus abejas de la finca de Sussex. No volveré a ser el compañero eclipsado por el gran detective. Amaneceré como Watson, el Doctor Watson, el asesino de Sherlock Holmes.
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La gente que brilla


            —Cuando era niño, mi madre venía a darme un beso al acostarme, y siempre me hablaba de la gente que brilla, sobre cómo hallarlos. Tengo treinta y siete años y sigo buscando. En las calles, cuando viajo en tren, en los restaurantes de Madrid, o en los congresos médicos. Pero nunca he encontrado uno de ellos.
          

  El doctor se reclinó hacia mí en su diván para confidencias:



            —No se da usted cuenta, pero tiene un brillo magnífico.
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¿Maneras de Perder?

Dice la contraportada que la gente que vive en Boston o Seatle no es distinta de la que vive en otros lugares. No puedo estar más de acuerdo, como también lo estoy con que nuestra gente, aunque el mercado editorial es así de caprichoso a ambos lados del Atlántico, puede escribir igual de bien que los que viven en sitios como Boston o Seatle. O mucho mejor. El título es "Maneras de perder" (Editorial Atlantis) y la autora Fefa Martí Maldonado, una bilbaína nacida en Valencia y residente en Valladolid que escribe como los mejores novelistas norteamericanos… sin serlo (americana, se entiende, porque novelista ya lo era).
No es un juego de palabras fácil. Es tan sencillo como abrir sus páginas y dejarse llevar, sumergirse, por una trama compleja de lectura cómoda que, a modo de “road movie” nos permite viajar al corazón de los Estados Unidos para descubrir eso mismo: que a las personas nos mueven los mismos afanes, anhelos y pasiones independientemente del lugar del globo que ocupen. La he leído ya dos veces, todo un record para mí sobre todo si tenemos en cuenta el poco tiempo que lleva en los estantes de las librerías, y no me cabe duda de que no serán las últimas.

“Maneras de perder” es la mejor manera de ganar literatura.

¿Aún no lo tienes? No pierdas el tiempo: "Maneras de Perder" en Editorial Atlantis. Comprar.
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Al Hilo de la Trama

Ayer me hicieron entrega del libro que ha publicado el Taller de Escritura Alfa de Bilbao con los relatos escritos por sus alumnos. Estoy particularmente orgulloso del mío, titulado "Pintar la Niebla", al que he dedicado un montón de horas de trabajo.

Aquí podéis ver la portada y la página donde empieza.






Y para que podáis disfrutarlo, el relato completo:


PINTAR LA NIEBLA

Siempre le había obsesionado la niebla. Esa bruma eterna que caía por las mañanas y ahogaba Ciluengos, su amado pueblo. Desde niño se quedaba observándola durante horas, estudiándola para descubrir sus cualidades. Necesitaba plasmarla en una pintura; tenía la convicción de que si lo lograba, la luz retornaría, expulsando las sombras. Así, dedicó toda su vida a un vano intento de captar su esencia. Probó infinidad de texturas y técnicas sin resultado; sus nieblas eran mero artificio. Se le escapaban entre los dedos. Con el transcurso de la vida, su estudio se había transformado en su mausoleo; las horas convertidas en días, perdida la noción de todo. A sus pies languidecían junto al hogar cientos de borradores rasgados en arrebatos de rabia. Su mano se paraba una y otra vez frente al lienzo; trazos suaves, vaporosos. Después y con furia, puñaladas con el pincel, y volvía a lanzar los bocetos a las frías losas del suelo haciendo añicos los marcos de madera. Pero estaba decidido, costara lo que costase liberaría a Ciluengos del espectral asedio al que estaba sometido.
Por fin, una mañana algo le llamó la atención. El pueblo estaba rodeado de la neblina habitual aunque había algo diferente en ella: un matiz negruzco y sinuoso que parecía concentrarse en el bosquecillo sobre el otero que lo dominaba. Decidió salir y enfrentarse a ella de una vez por todas. La bruma flotaba desafiante por la calle desierta y removía sus jirones en dirección a los pastos. Le pareció un buen presagio y se internó en ella sin miedo, pues tiraba de él con un hilo sutil. Siguió el camino ascendente mientras se dejaba seducir por sus encantos; al llegar a la cima, se aproximó a los árboles que la coronaban. Tentáculos de vapor se agitaban entre la madera de los fresnos y unos avellanos ocultaban los aromas del amanecer. Aquellos zarcillos le llamaban y le atraían. En el interior de un espacio angosto, bajo una cúpula de ramas, se agitaba una presencia sin forma definida camuflada en la oscuridad. Fue presa de un escalofrío al escuchar unas palabras monótonas y sin oscilaciones:
—¿Te has perdido? ¿Estás buscando algo acaso?
—Busco la esencia de esta niebla, quiero desentrañar su secreto. He de hacerlo mío para pintarlo. —Se irguió desafiante, mostrando un coraje del que carecía.
—Lo que buscas no se puede acariciar. Te envuelve, danza a tu alrededor, pero se te escapa entre los dedos. Vas en pos del secreto de la existencia. Y yo te pregunto: ¿Hasta dónde serías capaz de llegar para lograrlo? —la voz se había hecho más grave y profunda.
El mundo se empequeñeció tanto que el pecho del pintor no podía expandirse para darle el aire que necesitaba. Una parte de su cerebro le pedía a gritos que huyera, un miedo profundo atenazaba cada fibra de su ser. Sin embargo, se sobrepuso, tal era su afán de conocimiento. Tragando saliva dolorosamente, pronunció su voto.
—Haría lo que fuera.
—Vuelve a tu hogar entonces y trabaja en tu pintura. Lograrás tu objetivo.
La sombra regresó a la niebla y el pintor, a su casa en cuanto el pánico le permitió moverse y alejarse de aquellos ojos grabados a fuego en su memoria. Nada más llegar, se encerró en su estudio sintiendo que la premura le torturaba.
Trabajó con ahínco, poniendo el alma en cada trazo, olvidándose del mundo. Cuando se dio por satisfecho, se derrumbó extenuado sobre aquel sofá que le servía de descanso entre pinceladas y contempló su obra. Todo estaba ahí: la colina envuelta en una niebla pasmosa; las sombras jugando al claroscuro con la bruma; la oscuridad de la fronda destilando humedad y, en su interior, dos ojos diminutos de un rojo inquietante.

Tres días después, en una mañana radiante como no se recordaba en Ciluengos, lo encontraron muerto junto al caballete donde solía trabajar. Toda la oscuridad parecía estar contenida en ese lienzo, un bosque sumergido en una turbadora negrura. La niebla en las calles se había disipado por completo.

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Un Traje Nuevo

Me ha parecido bien empezar este blog con un relato al que tengo mucho cariño porque apareció en http://netwriters.es/ allá por el seis de abril de este año (gracias Atxía), convirtiéndose así en mi primer relato "publicado".


Un traje nuevo


Siempre me he preguntado qué piensan los soldados al morir. Me parece apropiado, aquí tendido sobre esta monumental montaña de escombros en un planeta perdido, agonizando con las constantes debilitadas y sin contacto con la Unidad. No me llegan sonidos de combate en las proximidades, tan solo ocasionales detonaciones lejanas. Sin embargo, sé que volverán. La Plaga no hace prisioneros, ni deja moribundos atrás. Soy consciente de que me han aparcado, concentrados sus esfuerzos en dar caza a los restos de la Tercera Compañía, sabiéndome más allá de cualquier posibilidad de rescate. Un pitido del infierno me taladra el cerebro. La radio ha vuelto a la vida, aunque sea temporalmente.

—Oficial Rogers. Le escuchamos con mucha interferencia. No conseguimos determinar su posición. Los sistemas de su equipo de combate están desactivados al 90 por cien. Cambio.
—Aquí Rogers. Extracción no procedente. La Compañía Easy ha sido barrida. Repito. La Compañía Easy ha sido barrida. El Sector Delta en manos del enemigo. Cambio.
—Recibido Oficial. Lo lamento —Ruido de estática.
Al diablo. Prefiero morir solo que rodeado de cháchara burocrática. Por el rabillo del ojo observo el indicador de oxígeno. Estoy en las últimas. No serán las heridas las que acaben conmigo. Si mis sensores hubieran funcionado tal vez habría podido intuir la emboscada. El maldito trasto me fue a traicionar en el peor momento. Recibo otra comunicación. Dudo si pulsar el interruptor, pero finalmente me resigno. Grata sorpresa.
—Pete, colega. Estos bastardos no me autorizan una bajada —El Oficial Watts y yo crecimos juntos, y nos graduamos en la misma promoción de la Academia. Es lo más cercano a un hermano que he tenido jamás.
—Yo he dado esa orden. No hay nada que hacer —Mi voz tiene una serenidad que yo no siento. Intento que no me oiga jadear en busca de aire.
—Pero colega. No dejamos a nadie atrás. Tú lo sabes mejor que nadie —Hace una pausa—. La leche, Pete. El sargento Woo ya había desechado tu viejo equipo de combate. Esa armadura tenía más agujeros que el casco de la New Hampshire. La nueva estaba en tu compartimento del Nivel 2. Menuda mierda.
—Olvídalo. Bajar aquí solo servirá para perder más efectivos. Este lugar es pura bazofia. Nos metimos de lleno en la trampa.
—… Ok Pete —vacila unos instantes—. Oye tío, has de saber que han detenido a Sarah.
—¿Cómo dices? —La noticia me golpea como una patada genital.
—Colaboracionismo. Parece que es una agente Vega —Sé que está encogido como si pudiera verlo. Siempre lo hace cuando da malas noticias.
—Estuve con ella anoche, antes de salir para la Base… ¡Joder! Ahora lo entiendo —Me duele más que la herida—. Me echó las cartas, como siempre ¿Sabes? Dijo: «No aceptes un traje nuevo. Vuelve a mí».
—La muy zorra te metió en el avispero, lo siento tío.
Más lo siento yo, que ya no puedo responder. No me queda aire. Ahora sé lo que le pasa por la cabeza a un soldado cuando se muere, despatarrado en cualquier campo de batalla. En sus más diversas versiones, piensa: «Qué putada…».


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