Mascota


No le gustaba que lo sacara del serrín para acariciarlo; lo aceptaba como justo intercambio por el refugio, comida y seguridad.

Era un buen Proveedor y tenía costumbres divertidas que le gustaba imitar, como cuando se rascaba. Eran tan parecidos… imagen y semejanza. De ahí pasó a rascar el fondo de la jaula y si el Proveedor se tumbaba en su sofá, él hacía lo mismo. Otras cosas, otros ruidos y olores le resultaban familiares, pero no lograba verlos desde sus rejas. También le gustaba cuando se sentaba a rascar lo blanco con el cilindro, hermosas líneas que luego le mostraba, aunque no lograba entenderlas. Después, el Proveedor pasaba sus ojos por encima y murmuraba, como si rezara a su propio Proveedor.

Volvió a imitarlo. Carecía de objetos, pero podía usar sus patas para rascar su lecho. Terminado su trabajo, se echó a esperar en la puerta. El Proveedor, como siempre, se acercó a rellenar su cuenco y acariciar su cabeza. De pronto, parpadeó. Cerró los ojos, respiró deprisa y volvió a abrirlos. Abrió mucho la boca y salió corriendo. Nunca más lo vio.

Ahora espera en silencio, la jaula sucia, el comedero vacío. No entiende por qué no le gustó cuando dibujó aquellos signos: GRACIAS.

(Fotografía: kierounerizo.com)
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TE VEO DORMIR


No tengo miedo a que me descubras. Un leve parpadeo y desaparezco antes de que te despiertes. He tratado de alejarme de tu vida, dar un rodeo en mi itinerario de rutina. En vano. Soy incapaz de resistirme a pegar el rostro en el cristal de tu ventana. Necesito mi dosis de tu cuerpo entre las sabanas, desnudo aun en invierno. No puedo vivir sin tu serenidad dormida.


El tejido de mi máscara absorbe las lágrimas. Desearía ser otra persona, entregarme a ciegas, sin secretos. He de irme. Mi mera presencia te pone en peligro.

Solo cinco saltos para llegar a mi ático, la guarida perfecta para guardar en el armario un traje de superhéroe.

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