No le gustaba que lo sacara del serrín para acariciarlo; lo aceptaba como justo intercambio por el refugio, comida y seguridad.
Era un buen Proveedor y tenía costumbres divertidas que le gustaba imitar, como cuando se rascaba. Eran tan parecidos… imagen y semejanza. De ahí pasó a rascar el fondo de la jaula y si el Proveedor se tumbaba en su sofá, él hacía lo mismo. Otras cosas, otros ruidos y olores le resultaban familiares, pero no lograba verlos desde sus rejas. También le gustaba cuando se sentaba a rascar lo blanco con el cilindro, hermosas líneas que luego le mostraba, aunque no lograba entenderlas. Después, el Proveedor pasaba sus ojos por encima y murmuraba, como si rezara a su propio Proveedor.
Volvió a imitarlo. Carecía de objetos, pero podía usar sus patas para rascar su lecho. Terminado su trabajo, se echó a esperar en la puerta. El Proveedor, como siempre, se acercó a rellenar su cuenco y acariciar su cabeza. De pronto, parpadeó. Cerró los ojos, respiró deprisa y volvió a abrirlos. Abrió mucho la boca y salió corriendo. Nunca más lo vio.
Ahora espera en silencio, la jaula sucia, el comedero vacío. No entiende por qué no le gustó cuando dibujó aquellos signos: GRACIAS.
(Fotografía: kierounerizo.com)
Olvidar la palabra: Gracias. No trae buenas consecuencias. Gracias por este relato.
ResponderEliminarBesos y abrazos.
El agradecido, siempre, soy yo. Un abrazo y feliz 2015, querida Rosa.
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