Me gustan los trazos de saliva al dibujar corazones sobre
tus pechos, los diseños tribales que mis dedos imaginan sobre tu espalda con
los masajes. Eres mi obra de arte más perfecta y, sin embargo, ahora pides
rudeza y aventuras peligrosas. Sigues viniendo a mi estudio sin buscar al
amante creativo. Ahora soy solo el tatuador.
Acecho
En el exterior, la tormenta agita la noche de retumbos y
trallazos de luz, pero él solo los ha escuchado desde el sótano donde se
oculta. Sabe la hora que es, no puede demorarse más, debe salir. La puerta
chirría al asomarse al pasillo, consciente de que ha de alcanzar la planta
noble evitando las cámaras de vigilancia.
Arriba se escucha una conversación susurrada, se impone
el sigilo. Adora sobresaltarlos por detrás, cuando los espejos no pueden
delatarlo. Silencioso, se planta tras los americanos; cuando da las buenas
noches esperando asustarlos, el más alto se gira con altivez.
—Ah, ahí está por fin. Qué servicio el de este hotel.
Afuera espera el taxi, hágase cargo de nuestras maletas.