Miguel Borrasca salió del almacén con un contrato a media
jornada. Casi se presenta tarde al aeropuerto para un par de horas con siete charter. Pese al aguacero, sonrió al
capataz con la esperanza de convertirse en fijo algún día. Con suerte, si llegaba
a casa a las diez, dormiría cinco horas. El miércoles le habían propuesto para
una baja en la recepción de un hotel a las afueras, aunque madrugaría para
quitarse el atasco y no llegar tarde.
Antes de fichar, escuchó a uno de los oficiales chismorrear con los
subalternos: «qué bien viven los eventuales». Una tempestad de ira le llevó a
empotrar su vehículo contra el muelle de carga. Erró, por poco, el morro de un
Airbus.
Fotografía: Iberia
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