El abuelo se acercó al tresillo sobre el que Iván estaba
repantigado. Echaba de menos los tiempos en que se sentaban juntos a ver la
tele, antes de la temida adolescencia. Optó por el sofá junto al cojín en el
que reposaba la cabeza de su nieto.
—¿Qué estás viendo? —preguntó en
cuanto logró acomodarse y dejar el bastón a mano.
—Una peli —repuso sin más el joven.
—¿De qué va?
—No te va a gustar, es de robots.
—Había condescendencia en la voz de Iván.
Al abuelo le molestó la aclaración.
Puede que hubiera nacido en el siglo anterior, pero sabía de autómatas.
—Me gustan las de ciencia-ficción
—dijo con inocencia.
Iván alzó la cabeza y se lo quedó
mirando en busca de un signo de que bromease. El abuelo miraba la pantalla 4K
con toda su atención e incluso se permitió hacer un comentario atinado sobre
los efectos especiales:
—Ganaría mucho en pantalla grande.
—¿A que sí, abuelo? —dijo Iván con
un entusiasmo que decayó de inmediato. Si tuviera carnet de conducir, iría al
centro comercial para verla en IMAX. Sería la caña.
—Ya no puedo conducir yo tampoco
—dijo el abuelo señalando el bastón.
—Si no te gustan los centros
comerciales.
—Para nada, lo que molaba era el
cine de barrio. Y el NO-DO —añadió riendo.
—¿El NO-DO? Pero si era propaganda
del régimen. En Youtube he visto algunos cortes y eran patéticos. No me irás a
decir ahora que eras facha.
El abuelo reía como si fuera a
perder la dentadura postiza. Iván lo miraba contrariado.
—No me gusta que me vaciles, abuelo.
Ya no tengo edad. O que digas «mola» para parecer moderno.
El abuelo palmeó la mano de su nieto
que colgaba con languidez del reposabrazos. Dudó unos segundos antes de
preguntar:
—Si te cuento un secreto, no se lo
cuentes a tu abuela, ¿vale?
A Iván le brillaron los ojos. El
abuelo no era propenso a las batallitas y a espaldas de la abuela le parecía
fascinante. Asintió con energía.
—Yo tonteaba con ella, estaba
enamorado pero no me hacía caso. Hubiera hecho cualquier cosa por que fuera mi
novia.
Iván aguardaba en silencio mientras
el abuelo cerraba los ojos para sumergirse en las imágenes del pasado.
—Aún puedo escuchar los crujidos de
celuloide cuando el proyector chasqueaba sobre nuestras cabezas en los últimos
asientos.
—La abuela y tú, bueno, ¿os besabais
en la oscuridad del cine?
—No, Iván. Se trataba de Carmela, la
del pelo negro y los senos espectaculares. —El abuelo hizo un gesto con las
manos frente a su pecho que dejó anonadado a su nieto—. Para darle celos a tu
abuela la invité al cine una tarde. Allí descubrí que la música del NO-DO encendía
algún engranaje oculto en su cabeza y se ponía como una fiera —había bajado la
voz para no ser escuchando desde la cocina donde trasteaba su esposa—. Perdí la
virginidad con ella en el cine Paraíso. Para cuando tu abuela reaccionó, a
punto estuve de pasar de ella y casarme con Carmela.
Iván miraba al abuelo de hito en
hito, maravillado de saber que, tras la bufanda y el bastón, se escondiera un
hombre con los mismos instintos irrefrenables que los que lo angustiaban a él
últimamente.
—Te prometo que, en cuanto pueda
conducir, os llevaré al cine a los dos —dijo señalando en dirección a la
cocina—. Aunque ahora no hay NO-DO.
El abuelo salió de un
ensimismamiento al ver el guiño del nieto y, mientras se adormilaba bajo los
estruendos del sonido envolvente de la televisión, susurró para sí un «Ay,
Carmela».
Un relato que homenajea al cine como la famosa película de Giuseppe Tornatore y humaniza a nuestros mayores. Excelente.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, querido lobo. Siempre me gusta Tornatore a los clásicos 😋
EliminarUn abrazo.
La distancia generacional nunca es tan grande como se pinta. Me ha encantado este relato y, a la vez, me ha entristecido; me pregunto cuántas historias habrán perecido en las ramas de mi árbol genealógico.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pongamos voz a esas historias y que vivan para siempre.
EliminarUn abrazo.