Aquí tenéis el relato con el que gané el Accésit a Mejor
Relato Negro del Certamen Aste Nagusia de Relato Corto 2014. Está recogido en
el libro “Historias de Bilbao en Fiestas”.
Justicia Festiva
Este es el relato con el que he ganado el Accésit a Mejor
Relato Negro del Certamen Aste Nagusia de Relato Corto 2014. Está recogido en
el libro “Historias de Bilbao en Fiestas”.
Son tres camaradas ocasionales, compañeros de trabajo y
ahora socios en el crimen. Bajo la marquesina de un flequillo graso, Andoni
resopla por los huecos de la nariz antes de sentar cátedra, como cada vez que
habla.
—Os digo que podemos hacerlo, que lo
vi en una película de esas de Navidad… Cuando esté mamado, se acojona y… ¡zas!
Nos da el día libre.
—Ahora que lo mencionas, a mí
también me suena —responde Iker. Siempre está de acuerdo con Andoni—. “Los
fantasmas asustan al jefe”, o algo así.
Juanchu resopla y apura su zurito a la vez que alza una mano para
que el camarero sirva otra vuelta. No necesita decir más. Es perro viejo, el
veterano gruñón de la empresa. Hubo un tiempo en el que bastaba una alzada de
sus gruesas cejas para que el pinche de turno tuviera que correr al aseo. «Cuando
había pinches…», piensa una vez más con agujas en el estómago y se zambulle en
la cerveza del vaso. Sabe que solo son sinsentidos de los otros dos, pero
tampoco se impone. Es más llevadero tomárselo a broma y seguirles el rollo.
—Mira Iker. Te coges la furgo y la vaciamos. Juanchu, tú solo
tienes que vigilar la puerta del «ogro». Estará dándole al de malta, como
siempre… —Juanchu se deja llevar, ríe con ellos y hasta hace como que aporta
planes alternativos. Apura la bebida, paga y se marcha a casa. Basta ya de
tanta tontería.
***
«Cuadrilla de pusilánimes», dice en
voz alta, aunque en realidad es un comentario para sí mismo. Le gusta la
palabra. Pusilánime. Tiene un algo que imprime carácter a quien la pronuncia,
como a Don Nicolás —el de latín—, que la utilizaba tan a menudo. Y Eleder
Eskurtze la repetía constantemente, en especial cuando se refiere a sus
trabajadores. «Corren a sus casas como conejos. Se pasan el día pensando en
irse, no se implican en el proyecto de empresa». Para más inri, ahora le vienen
con que quieren librar el viernes de la Semana Grande. Qué desfachatez. ¿Es que
no se dan cuenta de lo mal que están las cosas? «Pues van de culo. A trabajar
como cabrones o sino… ahí tienen la puerta», otra de sus máximas preferidas, la
que lograba que el temor asomara al rostro de sus empleados, manteniéndolos
doblegados.
***
Secuestrar a Mariajaia… Esta sí que
es buena. Decenas de miles de personas en el recinto festivo y esos dos
planeando un rapto a lo James Bond. Juanchu sonríe mientras introduce las
llaves en la cerradura de casa. Bego le espera en la sala, viendo la ETB y él
saluda sin pretensiones. Este trabajo me está robando la vida. Una rueda sin
fin de jornadas de diez horas —o más— de cocina, de librar un día a regañadientes.
Cuando llega solo piensa en echarse sobre la cama, cerrar los ojos y perderse
en tinieblas.
—Buenas noches, cariño. —Parece que
hoy está de mejor humor—. ¿Le habéis pedido ya el día grande al jefe?
Una larga inspiración. Se le encoge
el pecho con solo pensarlo. Bego quiere ir a las barracas, pasear por el
Arenal. «Como cuando éramos novios», le había dicho, coqueta.
—Está solucionado, mi vida. Y ahora,
si no te importa, me voy a dormir, estoy hecho polvo.
Que me aspen si no se le ha
iluminado el rostro ante la «noticia». Verás cuando se entere de que hemos ido
a hablar con el «Ogro», pero que nos ha echado tal bronca que hemos salido del
despacho con el rabo entre las piernas…
Secuestrar a Marijaia. Qué estupidez.
***
Apenas ha descansado en toda la
noche y, para colmo, ha tenido que sofocar el llanto cuando, después de
terminada la película, ha llegado Bego a la cama y se ha abrazado a su cuerpo.
No recuerda la última vez que durmieron así, pegados hasta iniciar ese suave
ronquido que había aprendido a tolerar.
Con los ojos irritados, deja caer la
bomba en medio de un frenesí de cebollas peladas.
—Muchachos, no podemos secuestrar a
Marijaia… —rostros compungidos que le miran. Andoni resopla y deja caer el
cucharón que salpica de salsa la encimera—. Pero tengo un plan.
—Yo ya había hablado con los del
grupo —interviene Iker sin dejarle continuar. A veces es un fastidio—. Me
dejaban el aparato del humo para el escenario…
—Lo necesitaremos —le anima Juanchu,
retomando las riendas del discurso—. Forma parte del proyecto. Lo haremos
cuando ya haya empezado la Aste Nagusia y el ambientillo haya llenado las
cabezas de todos en la ciudad. Después de todo, no sería creíble que apareciera
antes de su llegada a la fiesta, ¿no?
Tiene la atención de sus dos
compañeros. Están entusiasmados. Lee en sus rostros la esperanza, aunque
también extrañeza.
—Si no la secuestramos, ¿cómo vamos
a traumatizar al jefe? —Andoni remueve la salsa con brío renovado.
—Tú eres demasiado fino para el
plan, Andoni. Necesitamos alguien más corpulento. —Se gira para señalar al
joven—. Iker será Marijaia. Solo necesitamos un buen disfraz, una película y…
el humo de los efectos especiales.
—La leche, Juanchu. Eres un genio
—sentencia Andoni que se acaba de quitar un peso de encima. Planear un
secuestro en la tasca es algo en que matar el tiempo entre cañas, pero ahora
suena a posibilidad.
Juanchu se frota las manos en el
delantal y se quita importancia: «La idea fue de vosotros dos. Solo he buscado
una forma menos llamativa». Iker se rasca la cabeza por encima del gorro de
cocina. No acaba de verlo claro.
—Pero Juanchu…, el «Ogro» no va
creerse que soy Marijaia. Y menos con esta voz de cantante de rock.
—Melones. ¿Habéis oído alguna vez la
voz de Marijaia? —pregunta Juanchu con el entrecejo que marca diferencias. Iker
se achanta, no es cosa de llevar la contraria al viejo cocinero—. Entre los
copazos y que la pobre no tiene cara de voz melodiosa… todo arreglado.
Juanchu no quiere pensar que se lo
juega todo a una carta. No puede fallar a su Bego. «Ahí tienes la puerta»,
diría el jefe si le pide la jornada libre. Carajo, si ni siquiera viene un
cliente a comer el Día Grande desde hace dos años. El restaurante está
demasiado alejado del ambiente. Es por joder, no puede gozar de una fiesta. No
soporta ver a la gente feliz.
Marijaia es la única esperanza.
***
Apura su copa. Adora el tintineo del
hielo contra el grueso cristal. Están tramando algo, esa animación no es
normal. Tengo que llamar a la asesoría, no me vayan a pillar desprevenido.
Revisa por segunda vez la columna de
saldos bancarios y la cuenta de pérdidas y ganancias del restaurante. El
contable externo le ha comentado que no debería quejarse, que otros se han
visto obligados a cerrar y, sin embargo, Eskurtze todavía capea el temporal.
Los últimos recortes en plantilla han mantenido en positivo el apartado de
beneficios, si bien ya no son tan cuantiosos como solían. «Me importa un pito
la crisis. Estoy en esto por la pasta». Rellena el vaso y una idea le da
vueltas. Tal vez pueda reducir salarios ya que no puede despedir a nadie. No si
quiere cubrir los mínimos… Una amenaza con la puerta y fijo que aceptan la
rebaja de sueldo.
Está a punto de tragarse un hielo
del susto. Dos golpes secos en su puerta han disipado todas sus previsiones.
Anonadado, busca en el vaso una respuesta al estupor. Baja los pies de la mesa
con el vello desplegado sobre la nuca, aunque no se atreve a ponerse en pie.
Como si fuera menos vulnerable tras el parapeto que le ofrece el vetusto
escritorio familiar. «Si es un robo, evita mirar en dirección al escondite de
la caja», piensa a toda velocidad, pero calmado ante la amenaza.
Vuelven a llamar, pero esta vez
Eskurtze no se asusta, ni siquiera cuando un tenue vaho azul se filtra con
timidez por debajo de la puerta. Como si viviera la experiencia a través de una
cámara de video distante, escucha su propia voz que dice «adelante».
La puerta se hace de rogar. Quienquiera
que sea no tiene prisa, no hay violencia en el movimiento. Entre el vapor
sobrenatural aparece una silueta rígida, los brazos en alto. Eskurtze tiene
tiempo de extrañarse. Suele ser el atracado el que los levanta cuando es encañonado…
Nada le ha preparado para lo siguiente.
—Soy el espíritu de la Aste Nagusia
pasada y… futura.
Esa voz. Qué leches… Un blusón
morado partido por un florido pañuelo.
—¿Qué significa esto? —arranca por
fin a preguntar, mientras se frota los ojos. Se está empezando a cabrear y
siente la presión arterial bombear a toda máquina.
***
Juanchu llega el martes temprano al
restaurante. Se acostó tarde. Bego le pidió que se quedara con ella a ver la
película y el nuevo estatus entre ambos le animó a aceptar la tregua. Como de
costumbre, abre la cocina y enciende luces y aparatos. Está ansioso por conocer
el resultado de la «fechoría» nocturna. No confía demasiado en Iker. Es un joven
atolondrado, pero tuvo que dejarlo en sus manos. Ahora que lo piensa, ha visto
el coche del «ogro» en el aparcamiento y eso no presagia nada bueno; no suele
madrugar tanto y es animal —nunca mejor dicho— de costumbres. Con el estómago
encogido se aleja de los fogones en dirección al despacho. No se pierde nada
con echar un ojo y tantear el terreno.
La puerta del cubil está
entreabierta, pero no se oye nada. Ni siquiera un madrugador tintineo on the rocks. Lo que descubre al
trasponer el umbral le deja estupefacto, llenándolo de horror y profunda
culpabilidad. En su sillón, con la tez abotargada y violácea, está sentado lo
que queda de Eleder Eskurtze. Sus restos mortales. No hace falta ser un forense
para saberlo, aunque despliega la tapa del móvil con destreza para llamar al
112. Antes de marcar, ve en la pantalla que tiene un mensaje de Andoni. El
corazón vuelve a dar un porrazo en el pecho de Juanchu y lo abre
apresuradamente.
“Operación demorada
no hay disfraz para Iker
martes prestan blusa rosa
volvemos a intentar
hablamos luego”.
***
Es el Día Grande de Bilbao. Suena el
txupinazo que da comienzo a la jornada. La ciudad estará más animada que nunca,
pero Juanchu no puede evitar sentir una carga en el pecho al colocar el cartel
de «Cerrado por Defunción». Mientras cierra la puerta del establecimiento, ve
el reflejo de Marijaia en el cristal. “Qué carajo…”. Se gira pero solo ve a
Begoña que espera en la acera, feliz, como cuando eran novios. Su sonrisa
disipa todas las sombras.
¡¡¡Me encantaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!
ResponderEliminarCada día lo haces mejor, paisa.
Un abrazo enorme.
Tengo los mejores maestros.
ResponderEliminar*reverencia*
Besos.