La Guardia le sigue de cerca. Sabe, por instinto, que no debe
demorarse y, sin embargo, no puede evitar salir de la calzada y caer de
rodillas.
Pasado el mal trago, cuando va a reanudar
la marcha, descubre ante él a una anciana de mirada triste, surgida de ninguna
parte.
—Rapaz, si vas a llevar contigo algo
de tu tierra, llena este frasco. —La voz de la mujer es consuelo, caricia de una
madre, mientras le entrega dos recipientes.
—¿Y el otro?
—Es para que guardes aire cargado de
sal, de historias de tu gente, del mar…
Muchas leguas después, mientras
rebusca en su zurrón, se percata de que no le había dicho su nombre…
Otro relato que me resulto muy interesante, me gusta el carácter. Besos y un abrazo
ResponderEliminarGracias por tu visita Linn. Rapaz hará nuevas visitas por todas las posadas. Besos y abrazos.
EliminarEn algo coincidimos Rapaz y yo. Ambos recogemos historias, sueños, suspiros… y los guardamos en frascos de cristal. Él los halla en el aire, yo en la arena que transporta el viento o el mar.
ResponderEliminarBesos y abrazos para Rapaz y para ti.
Lo que nos llevamos en el zurrón y nos acompaña toda la vida. Gracias, una vez más.
EliminarBesos (de Rapaz y de mí) :)