Salgo a la calle sin aliento y busco, ansioso, algo a lo
que saltar. Finalmente encuentro una sonrisa que destaca entre rostros
cenicientos. Me pongo a la par y siento como tira de mi agorafobia en dirección
al trabajo. Consigo llegar hasta la 47. Me lanzo al vacío de esta acera sin nada
a lo que aferrarme. Pánico. Los buenos días de una vecina me impulsan dos
manzanas hasta la Quinta. El tránsito de la avenida es un río caudaloso de
caras largas en crisis bursátil. Recurro una vez más al anuncio de cereales; esa
boca perfecta que me lleva en volandas hasta la oficina.
Por la tarde, sin prisas, me dejaré llevar por lianas
afables de vuelta a casa.
Foto: Boomsbeat (http://www.boomsbeat.com/articles/1065/20140315/wall-street-new-york-the-heart-of-the-city.htm)
Una sensación que nos asalta cada día, aún más acusada cuando observas los rostros de los viajeros en el metro.
ResponderEliminarUn abrazo.
Menos mal que siempre hay algún "loco" que todavía sonríe y nos ayuda a llegar al destino.
EliminarUn abrazo, querida Rosa.
Cuánto cuesta, a veces, enfrentarse a lo cotidiano, a lo obligado para poder cubrir lo necesario para vivir… Por suerte, contamos con faros, lianas o la escritura para ponerle un rostro mucho más amable a la realidad.
ResponderEliminarInteresante relato, pero esas lianas finales son geniales.
Un beso
Y qué decir del título... Fantástico, todo un acierto.
ResponderEliminarGracias, mi querida amiga. Lo cierto es que me inspiré en hechos reales :-)
EliminarUn beso.