Desciendo en círculos, con la punta de mi acero hacia
delante. Las paredes que me rodean tienen una textura irregular, acorchada, y me
invaden los primeros aromas. Estoy cerca y no dejo de bajar, girando, siempre
alerta. Por debajo de mí se abre el abismo y al fondo un mar de vino añejo que
se agita en sus vapores etílicos. Lo esperaba y, sin embargo, me sorprende el
tirón hacia arriba que me libera. Estoy orgulloso, he cumplido mi misión como
sacacorchos y la botella se abre con un sonoro “plop”.
Benevolencia (Extracto de “La verdadera historia de Oz”)
«Muy bien, pero no haré un agujero en tu pecho metálico para colocarlo; se me ocurre una cosa mejor», repuso meditabundo el mago mientras de una mesita cercana tomaba un cofre. Lo abrió para ofrecérselo al hombre de hojalata. «¿Será un corazón bondadoso?», preguntó este con algunas dudas. «La elección es solo tuya», fue su respuesta.
Así fue cómo consiguió un corazón de oro el antiguo leñador, maldito por la bruja malvada del Oeste, de una entresaca de huevos de chocolate, envueltos en bonitos papeles de colores brillantes.
Contrarreloj
Veinte décimas, treinta segundos, minuto y medio. La
cadencia de paso, siempre atento a la frecuencia cardiaca en el pulsómetro, un
último esfuerzo y el record está al alcance de la mano.
Qué importa lo que ella diga sobre el sobrepeso, las
costumbres sedentarias y la crisis de los cuarenta. Si el reloj no corre para
mí, estoy hecho un chaval…
Este pálpito, el dolor en el pecho, el sudor frío que
estremece y, sobre todo, la ansiedad. Es tal y como lo describió mi mujer, el
maldito infarto de miocardio que me va a dejar a medio minuto de mi marca
personal.