Desciendo en círculos, con la punta de mi acero hacia
delante. Las paredes que me rodean tienen una textura irregular, acorchada, y me
invaden los primeros aromas. Estoy cerca y no dejo de bajar, girando, siempre
alerta. Por debajo de mí se abre el abismo y al fondo un mar de vino añejo que
se agita en sus vapores etílicos. Lo esperaba y, sin embargo, me sorprende el
tirón hacia arriba que me libera. Estoy orgulloso, he cumplido mi misión como
sacacorchos y la botella se abre con un sonoro “plop”.
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