Vulnerable



Sombras. Borrosas, continuas, sesgadas. Desfilaban como un tren en movimiento ante el que no me restaba sino contemplar como una vaca atada por el cuello y por las piernas. Era mi realidad, observar sin ser observado, solo interrumpida por los momentos necesarios para alimentarme con un rancho insípido y las naturales necesidades de mi cuerpo. Os preguntaréis cómo alguien como yo, desconocedor del mundo más allá de las paredes de aquella caverna, podía alcanzar tales cavilaciones. No os falta razón y es por ello que me veo en la obligación de contar lo que sucedió el día que alguien, una de las sombras, detuvo su arrastrar de pies sobre las paredes rocosas, se detuvo ante mí y con un gesto de la mano hizo caer mis ligaduras antes de proseguir su eterno deambular, indistinguible entre las otras de la procesión.
Creo que me quedé largo rato parado, aguardando las pertinentes instrucciones. Nada ocurrió. Las luces de las antorchas continuaban su danza ininterrumpida sobre las cabezas de aquellos entes que, hasta aquel día, habían ignorado conocer mi existencia. O lo habían simulado. No sé qué fue lo que me impulsó a moverme en una dirección distinta a la habitual, una motivación que, por novedosa, anegaba de excitación mi bajo vientre. Tras doblar varios recovecos en los túneles, fui a dar con un tramo ascendente y, al fondo, una luz blanca que me obligaba a parpadear con fuerza en un vano intento de eludir el dolor y las gotas de líquido que mis ojos derramaban y cuyo fluir me era por completo desconocido. A tientas, logré alcanzar el otro lado, sólo para descubrir que todo cuanto me rodeaba era esa luz y una corriente de aire fresco y limpio, muy alejado del espesor que respiraba en la gruta que hasta entonces había sido mi vida.
Por fin mis ojos vencieron la pugna y se adaptaron al exterior. Los sequé con el brazo. Las siluetas cobraban formas y tonalidades nuevas, habituado como estaba a los seres monocromos que poblaban las paredes y que, ingenuo de mí, imaginaba a mi imagen y semejanza. Los sonidos, asimismo, eran metálicos o cristalinos en una gama más amplia que los susurros apagados que eran todo mi bagaje auditivo.
Traté de protegerme con los brazos extendidos ante mí mientras caminaba sin rumbo. Palpé superficies rugosas como la roca de la cueva, pero también otras texturas: unas suaves y pilosas; otras, en cambio, cálidas y pulsantes. ¿Había sido expulsado acaso de la realidad para sufrir el castigo de lo ignoto? Un estremecimiento frío recorrió mi parte de atrás. En mi deambular me había perdido. Ya no sabía dónde encontrar el refugio de mi caverna, exiliado de seguridad y confort. El miedo que creí sentir entonces era, sin embargo, un preludio. Aún restaba lo peor: el contacto embriagador y perverso con otros seres que, al igual que yo, vagaban por los senderos luminosos. Se aproximaban a mí con un gesto indefinido. Sus bocas se curvaban hacia los pómulos mientras sus ojos se achicaban al contemplarme. Tuve una fugaz visión de mí mismo con la misma mueca mirando el cuenco con el rancho. El terror se apoderó de mis piernas que cobraron vida propia y se lanzaron a una carrera sin freno. El aire corría a través de mis orificios como un torrente que me brindaba asfixia en lugar de vida. Era el final, un merecido castigo por la iniquidad de seguir el impulso de salir. La sombra me había puesto a prueba y yo había fallado. Abrí la boca y el aire expulsado se llevaba mi rabia y mi pavor en un sonido que nunca antes había escuchado y que hería mis oídos hasta perforarlos. Todo se volvió negro y sé que caí al suelo.
Echo de menos mi gruta, aunque este lugar no está tan mal. Las paredes son blancas, pero ya no me dañan. Son blandas e impenetrables. Además, me alimentan y atienden en todas mis necesidades. Y lo mejor de todo, no dejan que los demás se acerquen a mí. Ya solo me falta idear la manera de que las sombras supremas vuelvan a desfilar ante mis ojos.
Imagen: El Confidencial
Share:
spacer

4 comentarios:

  1. La caverna platónica da paso a un mundo donde las imperfectas relaciones humanas nos hacen añorar la seguridad de la cueva. Ese final a lo "Alguien voló sobre el nido del cuco" pone los pelos de punta.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tu comentario sobre el final me eriza el vello a mí. Gracias, querido lobo por la visita y por comentar. Un abrazo.

      Eliminar
  2. Sin duda Platón... Y más allá del mundo de las ideas, la exposición de una realidad antagónica al gregarismo humano.
    En efecto, no todos tenemos la necesidad de fundirnos con los demás para devenir en el ser que somos, porque, de hecho, al intentarlo perdemos pie y nos diluimos en esa oscura luminosidad. Hay muchas formas de entender la humanidad, es una lástima que la mayoría solo tenga ojos para sí misma.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Todavía no puedo creer que no sé por dónde empezar, me llamo Juan, tengo 36 años, me diagnosticaron herpes genital, perdí toda esperanza en la vida, pero como cualquier otro seguí buscando un curar incluso en Internet y ahí es donde conocí al Dr. Ogala. No podía creerlo al principio, pero también mi conmoción después de la administración de sus medicamentos a base de hierbas. Estoy tan feliz de decir que ahora estoy curado. Necesito compartir este milagro. experiencia, así que les digo a todos los demás con enfermedades de herpes genital, por favor, para una vida mejor y un mejor medio ambiente, póngase en contacto con el Dr. Ogala por correo electrónico: ogalasolutiontemple@gmail.com, también puede llamar o WhatsApp +2348052394128

    ResponderEliminar