«¿Es que no fuiste a la escuela? Un teseracto es un hipercubo, una
figura cuadrada con cuatro dimensiones, como un cubo tiene tres y un cuadrado
tiene dos. Mira, te lo demostraré.»
Robert A. Heinlein “…Y construyó una casa torcida”
Gary corrió a la puerta con ilusión. Era la primera vez
que sonaba el timbre desde que había lanzado al mundo su desafío: doscientas
mil libras por pasar una semana en la lujosa villa que había construido en
cuatro dimensiones, anclada en distintos universos alternativos. Un solar de
apenas cincuenta metros cuadrados que albergaba, según afirmaba el propio arquitecto,
un pequeño palacio de doscientos por planta, piscina exterior climatizada,
invernadero y hasta un laberinto de setos en el jardín.
Puso un ojo en la mirilla y lo que
vio superó sus mejores expectativas. Una mujer… Cuando abrió no preguntó quién
era, ni miró al grupo de periodistas aburridos que permanecía al otro lado de
la valla. Después de un par de meses, pocos quedaban para cubrir la noticia.
—Bienvenida. Soy Gary Lloyd.
Su visitante era delgada, con el
pelo corto de un intenso color blanco y una mueca de seriedad irritada en el
rostro sin maquillaje.
—Me llamo Iris. ¿Puedo pasar?
—preguntó sin cortesía; ya estaba dando los primeros pasos hacia el interior.
Gary se apartó para no ser arrollado
por aquella mujer menuda pero imponente.
—Ha venido por lo del reto, ¿verdad?
Demostraré al mundo que la construcción es completamente segura.
Ella esperó unos instantes antes de
contestar:
—No exactamente… Muéstrame la casa.
Gary estaba confuso. Tal vez ella
quisiera comprobar la realidad de la propuesta antes de decidirse a aceptar. Los
gurús de la ciencia se habían ensañado con un pronóstico atroz para el final del
proyecto. La lista de solicitantes quedó completamente desierta…, hasta ese día.
Guió a Iris por toda la planta baja, mientras alardeaba de lo espacioso de las
estancias, del gimnasio, la sala de música o la espléndida biblioteca.
«Convertido en agente inmobiliario…». Se guardó mucho de expresarlo en voz
alta.
En la segunda planta, Gary enumeró
los dormitorios: «Aquí la habitación azul, decorada según…, este es el
principal, dominado por tonos pasteles…». La mujer lo examinaba todo a
conciencia. No estaba interesada en los muebles ni en los aposentos por sí
mismos. Comprobaba la certeza de sus afirmaciones, hacía sus propios cálculos.
—Ahora le mostraré el jardín, si es
tan amable…
—No es necesario. Tengo suficiente —le
interrumpió Iris, dando por finalizada la visita. Se llevó un dedo al oído y
pareció escuchar algo, aunque Gary no había visto auricular alguno.
Ella buscó un sofá para sentarse.
Antes de cruzar las piernas, extrajo del discreto bolso que portaba un sobre rectangular,
de papel grueso y color de pergamino. No tenía remite, pero el nombre de Gary
aparecía en letras doradas en el anverso.
—He venido a entregar un mensaje. Lo
siento, no puedo disfrutar de tu hospitalidad.
Gary suspiró con decepción, mientras
tomaba entre sus manos el sobre. «No parece del Juzgado». Si no conseguía
vender la casa, los préstamos vencerían y quedaría arruinado. Todo habría sido
en vano. Necesitaba demostrar que no había peligro, que sus teorías eran
correctas. El problema de la superpoblación quedaría resuelto; los habitantes
de la Tierra dispondrían de viviendas dignas, nuevos cultivos…
Acompañó a Iris hasta la puerta y contempló
cómo se alejaba. No lamentaba que se fuera. Mejor solo que mal acompañado.
De vuelta a su estudio, se sentó
para leer la carta:
«Estimado
señor Lloyd.
Enhorabuena. Si está leyendo estas líneas es porque Iris, nuestra enviada,
ha validado su teoría del Campo Multiversal.
Nos complace invitarle, con la mayor de las cortesías, a abandonar su
universo de origen en el plazo de diez segundos.
Atentamente,
Zeus, portavoz del Consejo de Administración de Olimpo Ltd».
Ocho, siete…, debía tratarse de una broma macabra, un
ardid de sus detractores. Cinco, cuatro…, no se reirían de él, de ninguna
manera, dos, uno…
Plop.
Zeus apartó los ojos de la pantalla, visiblemente
irritado. El quinto intento en lo que iba de década. Era cuestión de tiempo que
los humanos superaran las barreras y no pudiera frenar su incontenible ansia de
expansión. Con un suspiro, pulsó un botón de la consola.
—Haz venir a los cuatro jinetes. Tenemos
trabajo.
Historia fantástica Pete! Besos y abrazos
ResponderEliminarGracias, Linn. Me apetecía hacer un homenaje al Maestro. Besos.
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