Hilaria
se abrió paso en silencio entre las que rodeaban el cadáver. Bajo el sol del
mediodía, una miríada de insectos volaban ya sobre el cuerpo. A pesar de la
autoridad que irradiaba, le costó hacerse un hueco en el círculo. Cuando por
fin llegó al centro, se detuvo a observar unos instantes. Ser la primera era su
privilegio. Se pasó la lengua entre los labios y se abalanzó sobre las costillas
abiertas. Las risas del resto de las hienas acompañaron el festín de su líder.
Hasta las hienas se rigen por un código de conducta. Estupendo relato.
ResponderEliminarUn abrazo.
Somos, como las hienas, animales sociales. Que nuestro regocijo siempre sea sin carroña. Gracias por pasarte, Esther. Un abrazo.
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